Fueron unas semanas muy empáticas para la humanidad. Se firmó el supuesto cierre de Guantánamo. Se redujeron las restricciones para viajar, y enviar divisa a Cuba, América Latina daba un giro progresista y el pueblo iraquí añoraba con una paz que le fue robada hace décadas... En fin, el mundo parecía un cuento fantástico, de esos que tienen conejos que hablan.
Nunca fui obamista, pero tampoco puedo negar que me contagié con la fiebre de esperanza que se esparcía por el mundo. Una más contagiosa que la gripe porcina. Nadie quería una mascarilla contra un sueño de paz.
Pocos meses pasaron para despertar en medio de una pesadilla. Aquel sueño, tan falso como un anuncio de cremas rejuvenecedoras, se desvaneció. El "Yes we can" empezó a aplicar a unos pocos, a los mismos de siempre. A aquellos que siempre han podido, sin importar que la Avenida Pensilvania 1600 sea una Casa Blanca o Negra.
Alfred Nobel debe estar muy orgulloso de su legado. Supongo que siempre supo que nadie se merecía ese premio más que la Gulf Petroleum.
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