Eran las 1050 de la mañana, ya estaba lista: abrigo, bufanda, tarjeta de salud y un buen libro. Iba al ginecólogo.
Mi cita era las 11, y la oficina del médico queda a 3 minutos andando desde el portal de mi casa en Madrid, así que el tiempo iba de mi parte (cosa rara en mi que siempre suelo ir de prisa y corriendo).
En Puerto Rico, ir al ginecólogo me suponía estar de dos a tres horas en la oficina de la doctora leyéndome cuánta revista mala del corazón había en la sala, o hablando con alguna amiga que arrastrara para que me hiciera compañía en esa agonizante espera.
Hoy dije que no me pasaría lo mismo y me llevé un libro. Además que por lo menos al leer Vea, sabía quién era Maripily o alguna otra que ocupara portada. En España, las revistas del corazón hablan de amoríos de toreros y futbolistas, o cualquier chisme de la realeza, en fin no tengo idea de quienes son y poco me interesa ponerme al día.
Llego a la oficina, me siento en la sala, y abro el libro en la página que me había quedado la última vez que me senté con él. No llegué a la segunda oración cuando la enfermera salió y llamó mi nombre.
Me entrevisto con el doctor, que hace las preguntas de rigor, me hace la evaluación, incluyendo el tan mentado Pap.
Acabo la revisión, sacan copia de mi tarjeta de plan médico, y me despachan. Como cualquiera acostumbrado a la medicina comercial, ya tenía la cartera en la mano lista para pagar el deducible, cuando me dijeron "sería todo, mucha gracias, ya nos vemos para darte los resultados".
Mis circuitos empezaban a lanzar chispas, algo no cuadraba pues eran las 1140 de la mañana, y ya iba camino a casa.
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