El arroz con habichuelas y salchichas por el lau’ que probé no estaban nada mal. No era un manjar de los que preparaba mi abuela, pero se dejaba comer, cosa importantísima en estos tiempos de crisis. A fin de cuentas no se trataba del sazón que le pusieran; hambre es hambre y comida es comida. Así fue como la semana pasada supe que a Puerto Rico le está tocando (re)aprender a tragar la papa y el orgullo en el mismo bocado.
Pues, contrario a lo que muchos pensamos, no solo deambulantes y
adictos hacen la fila para la guagüita del Ejército de Salvación que reparte caritativamente platos de comida. En la Plaza del Roble en Río Piedras pude constatar que seguido de las mujeres –quienes comen primero gracias a la supervivencia de la caballerosidad- allí arriban estudiantes, trabajadores, viejos, pacientes de salud mental, desempleados, impedidos, veteranos, chiveros, chiriperos y hasta profesionales sin trabajo. En fin, personas todas que dan rostro a dos realidades muy específicas: el aumento en la desigualdad económica (fenómeno mundial) y el desbalanceado binomio escasez económica y superávit de orgullo.
Imagínese usted qué dirían sus amigos y familiares si le vieran entrar a una fila por un plato de comida de esos que ofrece el Salvation Army todos los lunes, miércoles y viernes en Río Piedras a las tres de la tarde. Al hacer este ejercicio mental me pregunto también si seremos capaces de sobrepasar la barrera que levanta nuestro orgullo mal fundado al pensar que “esto no nos puede pasar a nosotros, no podemos llegar a tanto”, como si fueramos más especiales que nadie. ¿Será que estaremos dispuestos a construirnos una nueva humildad más conciente y un orgullo más proporcionado a nuestra situación colectiva actual? ¿Será que podremos hacer las pases con nuestro país tercermundista?
Mientras probaba la comida del plato de un conocido me di cuenta de que en esas filas se encontraban ciudadanos capaces de colocar su orgullo en un segundo plano con tal de allegarse la papa a la tripa. Se trataba de gente sin miedo a comenzar desde cero o sin temor a ser tildados de acreedores de “repúblicas bananeras” o complejos por el estilo que solo pueden ocupar la mente de blanquitos que nunca han pasado hambre. Se trataba –para resumir con una frasecita muy de moda- de gente que hace tiempo que sabe que “such is life” y así la bregan.
En definitiva, aquellos que llegaban en carro, a pie o en bicicleta (en su mayoría hombres de entre 25 a 50 años) me enseñaron que el orgullo no nos lleva a ningún lado pues, cuanto más nos esforzamos por aparentar, por esconder con parchos la miseria del país, cuanto más estaremos nutriendo las filas hambrientas del descontento social.
¿Que a quiénes les toca cambiar esta realidad? Creo que a todos aquellos para quienes la mesa no siempre ha estado servida. Estoy segura de que si nos lo tomamos en serio, hasta aguacates aparecen.
Imagínese usted qué dirían sus amigos y familiares si le vieran entrar a una fila por un plato de comida de esos que ofrece el Salvation Army todos los lunes, miércoles y viernes en Río Piedras a las tres de la tarde. Al hacer este ejercicio mental me pregunto también si seremos capaces de sobrepasar la barrera que levanta nuestro orgullo mal fundado al pensar que “esto no nos puede pasar a nosotros, no podemos llegar a tanto”, como si fueramos más especiales que nadie. ¿Será que estaremos dispuestos a construirnos una nueva humildad más conciente y un orgullo más proporcionado a nuestra situación colectiva actual? ¿Será que podremos hacer las pases con nuestro país tercermundista?
Mientras probaba la comida del plato de un conocido me di cuenta de que en esas filas se encontraban ciudadanos capaces de colocar su orgullo en un segundo plano con tal de allegarse la papa a la tripa. Se trataba de gente sin miedo a comenzar desde cero o sin temor a ser tildados de acreedores de “repúblicas bananeras” o complejos por el estilo que solo pueden ocupar la mente de blanquitos que nunca han pasado hambre. Se trataba –para resumir con una frasecita muy de moda- de gente que hace tiempo que sabe que “such is life” y así la bregan.
En definitiva, aquellos que llegaban en carro, a pie o en bicicleta (en su mayoría hombres de entre 25 a 50 años) me enseñaron que el orgullo no nos lleva a ningún lado pues, cuanto más nos esforzamos por aparentar, por esconder con parchos la miseria del país, cuanto más estaremos nutriendo las filas hambrientas del descontento social.
¿Que a quiénes les toca cambiar esta realidad? Creo que a todos aquellos para quienes la mesa no siempre ha estado servida. Estoy segura de que si nos lo tomamos en serio, hasta aguacates aparecen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario